6 ene 2012

A modo de carta para mi madre. Lejos de todo.


Antón Hurtado. Pintura 2011

HOY MI DEBER

Hoy mi deber era
cantarle a la patria,
alzar la bandera,
sumarme a la plaza.

Hoy era un momento
más bien optimista
un renacimiento,
un sol de conquista.

Pero tú me faltas
hace tantos días,
que quiero, y no puedo,
tener alegrías.

Pienso en tu cabello
que está allá, en mi almohada,
y estoy que no puedo
dar otra batalla.

Hoy yo, que tenía
que cantar a coro,
me escondo del día,
susurro esto solo.

¿Qué hago tan lejos
dándole motivos
a esta jugarreta
cruel de los sentidos?

Tu boca pequeña
dentro de mi beso,
conquista, se adueña,
no toca receso.

Tu cuerpo y mi cuerpo
cantando sudores,
sonidos posesos,
febriles temblores.

Hoy mi deber era
cantarle a la patria,
alzar la bandera,
sumarme a la plaza.

Y creo que, acaso,
al fin lo he logrado
soñando tu abrazo,
volando a tu lado.

Silvio Rodriguez. Canciones de la Nueva Trova.

"El perro listo deja que cuelgue la correa"
John Updike. La feria del asilo. RBA.

Todavía es Diciembre. Me conviene. Este es el mes del cumpleaños de mi madre, luego todos vinimos en Abril. Excepto dos. Los últimos que llegaron por Enero y Septiembre.

Desde el lugar apacible en que me encuentro, lejos de todo diría, puedo degustar bien los recuerdos. Ayer, apenas ayer disfruté como niño escuchando, colaborando, ayudando a montar la exposición del amigo Antón. Esas cosas se hacen con buena porción de charla, soltando al aire las impresiones, compartiendo el que será, al menos eso pensamos nosotros, como si la obra sola, desnuda, no fuese demasiado elocuente. Hay un esfuerzo intestino en todo lo que hacemos. Ya lo dijo Apollinaire: "Sed indulgentes cuando nos comparéis, nosotros que en todo buscamos la aventura". Lo dicho, con una buena porción de charla, como si estuviéramos cortando el pan en rebanadas o a puñados, hay quién evita todavía cortar el pan con cuchillo. Compartiendo mesa.

Por regular que sea la vida, el terreno que pisas o donde andas, nunca se puede decir que nos encontramos fuera de la dinámica de las sorpresas. Paseo con Hans, el perro que ameniza nuestra casa. El perro libertino que recogimos del monte. Lo llevo con correa, pues no puedo asegurar después de cuatro años que no se me escape. Quiero para él lo mejor y en invierno la intemperie, el abandono, el negro estrellado silencio de la noche no se lo deseo a nadie. Ando y anda el perro con su necesidad de conocidos olores, con el olfato ansioso de olores nuevos.

Por estos caminos, no hay ni un alma, deshabitados, llanos, vacíos, y se divisa desde donde estoy una buena capa de escarcha. La estoy pisando. Ha helado en la noche. Son las 11 de la mañana y cruje la hierba a mi paso. Seguro que el subsuelo es una fiesta animada, pero en la superficie: silencio y necesidad de sol. Salen al paso algunas setas como sinónimo del amor inconfundible y necesario a lo desconocido. Parece que aprendo a andar de nuevo. Ahí estamos.

Hay un cerco metálico para retener rumiantes. Busco, mamá, la piedra de sal de las caballerías . . veo una plancha novísima de hormigón en el centro. Un rectángulo perfecto, una buena base para construir una futura casa, una chabola, un invernadero. Alzada del suelo sería una mancha blanca, de lejos una tabla horizontal en el paisaje. Una escultura mínimal. Una pintura de Antón, ahora, trabajando en ese devenir de las esencias. Hay un dibujo así en su exposición "El lugar en el que habito". Junto a un buen número de trabajos de ese calado. Imbuido en este silencio helado, lejos de todo, aprecio especialmente desde aquí, casi las veo sus esculturas de pared. Hierro cortado y pavonado, luminoso por detrás. Recordatorios del paso que uno lleva, del paso que uno deja.

Se me antoja ahora que por fin despierta el sol, son las 12, que todas o la mayor parte de esas obras merecen una lectura nueva. Una nueva sala, una distinta ubicación. También hablamos de ello y de eso, si es posible, se encargará el tiempo.

En estos días, vísperas de Año nuevo, necesito leer sesenta páginas para encontrarme bien. Aprovecho el silencio de la aldea. Por la mañana ordenanos, limpiamos la casa, hacemos fuego. Comemos, como de costumbre, tarde y la tarde nos abriga corta pero amena. Cesa el sol pero el silencio no. Y escribo todo esto que ya está escrito, embriagado e indemne de festivas fantasías. Un poco de dulce a media tarde. El olor que llega de la cocina. Me enganchan las confesiones de Márai y llego a las noventa páginas el día de tu cumpleaños. Te felicitamos, estamos en un patio con pozo que te encantaría. Ah, dios mío, como atrapa la vida . . .

Iniciamos el año con la risa de Maite reproducida por el eco ancho de la escalera. El mejor regalo.

Mañana, pasado, previsiblemente haremos lo mismo. Más o menos será así hasta que el taller con su tejado renovado reclame con cantos de sirena el llamado de la pintura, o hasta que sobresalgan los brotes de los ajos plantados, los bulbos, las fresias, los guisantes. Iremos cogiéndole el pulso a la tierra. Vuelvo a casa cerca de los palomares. Algunos derruidos dejan ver su arquitectura interior. ¡Que maravilla!. Siempre presentes las aves en esta tierra. Y las rapaces: azores,gavilanes, águilas, lechuzas campestres, mochuelos comunes, buhos, alcones, cernícalos, alimoches, carabos, avutardas, ortegas, . . . tal vez, tan solo hago un ejercicio de memoria. Todos ellos los he oído nombrar en alguna ocasión. Los pájaros son pájaros, dice Evaristo.

Después del último paseo del miércoles vuelvo a casa con todo anochecido. Pienso que no lejos de aquí se puede fácilmente recrear la atmósfera que nos contara Josefina R. Aldecoa en su "Historia de una maestra". Estamos cerca de León. Somos muy pocos habitantes en la aldea más una perra seter gris que sale a nuestro encuentro echándonos en cara su libertad. Asunto envidiable. Tiene mucha salud, es joven, muy buen aspecto. No se deja tocar. Está abandonada. Todos lo sabemos . . .

Empiezo a leer El guitarrista de Luis Landero. Disfruté mucho de sus Juegos de la edad tardía. Luego, vendrá de nuevo Sándor Márai o Yasunari Kawabata: "Desde ahora, no pienso, escribir ni una sola línea que no sea sobre la melancólica belleza . . . Y sus montañas y sus ríos serán mi alma . . . Y yo, ahora, tras la Derrota, torno tan sólo a la intimidad de la tristeza. . . No creo ni en las costumbres ni en esta vida de la posguerra. Ni creo en la realidad actúal. Siento que estoy completamente apartado desde un principio del realismo . . . "

Deseamos, mamá, felicitarte muchos años más. Amigo Antón, un abrazo. Y salud, mucha salud.