27 oct 2009

Fábrica de sueños (2001) de Antón Hurtado

Siempre me llamó la atención la edad en que murió mi padre. Avelino. José la ha pasado ya, mi hermano mayor. Os digo que allí en ese año cruel de nuestra peculiar, familiar, historia conocí el frío. Y ninguno vendrá, tan gélido, después, que sea como aquel. Tan absoluto. Tan soberbio. Tan obscuro. Así es que estoy prevenido a los inviernos.

Decidí con Antón, ayer, poner aquí este testimonio. De Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro. Verdaderamente nos preocupan las mismas derivas.

"Dentro de algunos años alcanzaré la edad de mi padre y, unos años después, superaré su edad, es decir, seré mayor que él y, más tarde aún, podré considerarlo como si fuese mi hijo. Por lo general todo hijo termina por alcanzar la edad de su padre o por rebasarla y entonces se convierte en el padre de su padre. Sólo así entonces podrá juzgarlo con la indulgencia que da el ser mayor, comprenderlo mejor y perdonarle todos sus defectos. Sólo así, además, se alcanza la verdadera mayoría de edad, la que extirpa toda opresión, así sea imaginaria, la que concede la total libertad" (Prosas apátridas, 36. Seix Barral 2007).

Si alguna vez, un ojo educadísimo, crítico y certero, comisariara una exposición colectiva de pequeña escultura y contara, suponiendo, con esta que veis, debería pedírmela a mi. O a Maite que también le ha cogido aprecio. Es una silenciosa pieza que en su mixtura de materiales y pintura reposa en el "globe" que compramos en Almonedas hace años. Surgida del ejercicio del autor en el boceto. En el dibujo mínimo. En la capacidad de atracción del objeto artístico. Las cuatro rayas preparatorias de la acuarela. Los palos del sombrajo de los espantapájaros. La espina en el pescado. Su cultura y la intuición. Tan sólo en eso... En materializar tal vez el pensamiento. Hicimos una así, parecida, subida de escala hace años. En agosto. Frente al puente de Calatrava. Ahora el original, el físico, la maqueta, forma parte de la colección del artista. Diminuta también. Preciosa. Blanca. Como esta "Fábrica de sueños", silenciosa también en su reclamo. Pequeña, Chiriquiana, al decir de Bonet en el catálogo de Antón de este año en el Gustavo de Maeztu. Metafísica. "De abajo arriba", ¿recordáis?.
Están ya construidos los lugares: grandes, no tanto como un continente o el Mundo; pequeños, no tanto como una barca en Ruidera, en la laguna. Una barca de agua dulce. Cosa tan frágil. Sedente. Las personas, el hombre y la mujer son tan sólo, inicialmente, la escala, la cuña pericial para averiguar los contenidos de lo construido.
Luego, no se sabe ciertamente, como quedan huérfanos esos espacios. Grandes y pequeños y en desuso. Con suerte vigilados cortesmente por los vecinos colindantes, bulliciosos, que delatan también con su alegría el abandono. El brutal, doloroso abandono. Tan sólo en ocasiones, para el paseante ajeno, romántico abandono. Así reza en los papeles turísticos de Luso (Portugal). Pueblito construido al abrigo del palacio Manuelino de Bussaco y sus jardines espléndidos. Príncipe de las importancias. "El Balneario de Luso y centro popular de salud sumido en un romántico abandono"... Pero funcionando. Con sus mayores atendidos, sentados por allá los evidentes. No tan sólo esperando que el trámite sea lo más leve, lo más digno posible ...
Necesitaríamos nosotros un cercado cerrado, abandonado, de esos, para toda esta obra acumulada y de otros tantos artistas, amigos didácticos. Fundamentales. ...Y las mías.
Todas estas cosas que guardamos esperando ser mostradas como merecen, aunque eso no es problema. Nosotros esperamos también. Andamos juntos.
Me une a Antón un gran aprecio. Lo conocí porque él quiso. Afortunadamente. Caminante inquieto, luchador de sociales luchas. Partidario de propósitos imposibles. Solidario con los balbuceos primeros de los novatos. ¿El arte maduro?, ¿el arte joven?. "Que eso es lo que nos pierde en la vida. El brillo joven y el buen acabado", diría Antonio Saura a su hermana Angeles, en La duda. Galaxia Gutemberg. Solos también. Hay una edad que nos iguala a todos como género. La edad de los problemas. Cuando el trabajo no tiene otro camino que el de la acumulación y se sabe inédito, invisible, año tras año. Es una edad naturalmente, anterior a la edad imprecisa, rasuradora, del silencio eterno. Lo saben todos los que nos faltan, los que se fueron en silencio y los que lo dejaron escrito en sus diarios, en su correspondencia, en sus textos. De lo que se trata, ahora, es de aquello que te llama. A medio metro de ti. Y te recuerda lo que eres. Y seguramente te da un tirón, un pequeño calambre en la columna, por adentro; y te pone la carne de gallina. Un escalofrío. Y ocurre, también, con las canciones. Y te reclama. Para bien o para mal. Te reclama.
Me recomendó trabajar sin cansancio. Daba yo entonces mis primeras pinceladas. Recuerdo que con esa opinión, inesperada, di por bien pagada aquella exposición. Hasta ahora que tomamos café y unos vinos de tarde en tarde. -Lo que haces está bien, dijo. Receptivo. Sabía que había en sus palabras un tilde sincero, enfático, alargado en la "en". Bieénnn.
Siempre quise tener obra de Antón Hurtado y esta llegó cariñosamente. Motivada por no sé que celebración o urgencia de ánimo. Celebraciones. Fines de año. La Navidad nos hace frágiles. Nosotros tan ateos. Celebramos el frío que cala los huesos en Viloria, en Santa Coloma, Rioja arriba, allí dónde lo haya. El frío hermana, amigo. Y la pintura.
He de agradecer aquí a Antón la confección de la cabecera de este blog y el pequeño pixelado retrato del perfil. Comparece por esta casa alguna obra más que quizá formen parte de otra entrada en esta colección. Un paisaje colgado en un redondo sol surgido de una blonda de rosco de reyes...
Cuando por noviembre de 2007 me disponía a cerrar por inventario el espacio donde disfruté la residencia en Bilbaoarte, abarrotado de pintura, objetos, como participante de unas "Bodas de Camacho" donde se sabe que todo fue sobrado y abundante, llegó esta postal. Curiosa. Única de Ballycastle. Irlanda. Allí se fué el autor el último trimestre a buscarse. A encontrar motivo para sus nuevos cuadros, a comunicarse con nuevos paisajes y esculturas con latas de conserva. Pequeñas también. A adivinar acuarelas en sus acantilados y hacer suyos todos los pabellones redondos, enigmáticos que pueblan con marco rural el horizonte. Y es una obrita a la que le tengo un cariño irrenunciable. Por su sentido de la oportunidad, aquellas Navidades de 2007. Aquel invierno. Embalando, revolviendo en los poemas de Juan Eduardo Cirlot. "En la llama", Siruela, 219.
Tarjeta anagrámica. Postal minimalista, deseándonos felicidad. Y se me fue la cabeza de inmediato al conjunto de postales, felicitaciones, deseos de un futuro mejor que vi de mi admirado Lubertus Jacobus Swaanswijk. Lucebert y su poesía en la Fundación Antonio Pérez de Cuenca. Conjunto singular de arte correspondencia donde parece que se adivina un requisito previo: ser devueltas a su autor o a sus herederos para ser mostradas luego. Así como nuevo homenaje a los amigos que creemos tener o que realmente tenemos. Cumplida ya su función boomerang que seca el vuelo del ave y vuelve a su remitente. Allí están en la Antonio Pérez, un centenar y pico, en el barrio alto, entre casas colgadas y el puente de hierro.
Ahora que sigo conformando mi opinión sobre el Arte, que vivo, trabajo, leo con voluntad de hacerlo, confieso que hay algo que valoro mucho: la generosidad. No me refiero al hecho de dar o regalar. Es una postura que me reservo. Me refiero a que la obra en sí debe, para mí, ser generosa. En su realización, en su temática, en su armonía, en su desarmonía. En su interpretación. En su denuncia. En su rebelión... Con su montón de huesos el artista debe mostrar las dificultades que sufre su trabajo. Dejar huella. Andar en el punto más curvo de la recta.
Dice Plá en "Vida de Manolo"(Destino). En boca de Manolo Hugué: "De todos modos, es necesario trabajar, y lo que se llama cultura ha de servir, no para justificar los errores que uno comete sino para llegar a tener la malicia suficiente para no equivocarse nunca".
Intuición.
Leo cuando escribo y viceversa... subrayo. Tengo frente a mí el tarjetón de la próxima, inmediata, exposición de Antón en Bilbao. Dice ...al otro lado del horizonte. Y allí se puede ver un gigante que podría haber sido un 19x22 cm y sin embargo la idea primera y general será ¿dónde metemos este gigante? y me lleva esto de nuevo, personalmente, al pensamiento orfebre de Bretón: "Sólo es imprescindible lo inútil". Con generosidad.
Juan Manuel Lumbreras del 3 al 30 de noviembre.
Observación final: Lo mejor de Antón, Antón Hurtado.


¡Es tan difícil ahora encontrar una persona!
Julio Ramón Ribeyro. "Prosas apátridas", Seix Barral, 2007.



21 oct 2009

El laberinto (Metafísico) abstracto III

A mi amigo Pedro Palacios como si estuviera. Y para Pedro Morales, pasante de oficial de Juzgado en "El secreto de tus ojos" de Campanella, acribillado a tiros.

Dice J. Rondissoni en su libro Culinaria, para el mes de octubre:
Caza: Perdices. Codornices. Alondras. Conejo. Liebre. Faisán. Corzo. Jabalí.
Legumbres: Puerros. Alcachofas. Judías verdes. Col de Bruselas. Lombarda. Rábanos. Salsifis. Remolacha. Col. Setas.

Vino mi primo Enrique a verme, un sábado. Siempre estoy localizable en esos días. En el Metro. Y los domingos. Acompañado de su amigo Galán. También de Valdepeñas. En realidad venía a ver a mi hermano. Los primogénitos siempre han tenido prioridad. Pasar un rato con él, pero ese día, estaba indispuesto. -Id a ver a Carmelo. Y vinieron, los dos como uno sólo. Disfrutando de cada momento cómo saben hacer los que han compartido liebres y conejos a la lumbre en el campo.
Les pregunté dónde dejaron el coche. -En el Guggenheim. -¿Y qué os ha parecido?. -Yo no soy de los lugares, soy de las personas, primo. Me dijo como santón que lo fuera de algún lugar sagrado. Equidistante.
Es la ética, pensé, de los que durante toda su vida observaron, tan sólo, el oficio y el servicio. Mi pariente fué principal de un hotel, en sus mejores años. Velaba por los que velan que todo funcione, al punto, que los señores clientes estén a gusto, cuidaba de la intendencia, del consumo, del beneficio. En un oasis aparente, entre millares de vides y tierras bien labradas, dociles, entre olivos, camino de Jaén. Acaso, en las cunetas, las bolsas de basura ocasionales de los conductores indolentes. Algún bidón de plástico manchado de aceite. Antaño, en los setenta y primeros ochenta, cuándo no eran autovías las nacionales y no se pagaba por rodar a Córdoba, Sevilla, Cádiz... Pienso que se iba más lento. Había que reducir, porque se cruzaban los pueblos de Norte a Sur. Del Sur para Madrid, muchas veces. Adelantando por la izquierda, a duras penas, entre tractores en vendimia y cosechadoras en julio. Inmensas. Compartiendo el placer vacacional con los currantes del volante, camioneros y lugareños que tienen la morada a tiro de piedra.
Enrique, mi primo, fué para mí un ejemplo de tío mayor con éxito. Me parecía estupenda su profesión liberal, que le procuraba tan buen asiento y buen aspecto. Eso sentía de chico en el pueblo y creo que se hace en los pueblos de ese modo también. Tan aparente. El resto queda, como en todas partes, para el interior de las casas. Y hay secretos que se mantienen por generaciones.
Aún no se porqué a mi primo le gustan las personas más que los lugares, pero tampoco yo me fío mucho de los paisajes. Disfruto de los paisajes muy celosamente. Me gusta mirarlos intensamente, como si no los fuera a volver a ver. Y sé que sabría ser fiel a alguno de ellos. A alguno que estuviera libre de accidentes, de remodelaciones. Inamovible. Sensible tan sólo a sus cambios naturales. Advierto que es rápida la vida, el desgaste de los tiempos y que anda la tecnología rápida, irrumpiendo, inasumible, de repente, entre verano y verano por arte de magia. En las lomas más altas con molinos, ¿qué digo? Aspas, tan sólo aspas gigantes, que a veces no funcionan y te preguntas que materia prima las moverán, qué coño hacen ahí, insensibles, incapaces, innecesarias. Así es que, me refugio de los paisajes en el interior. En casa. Disfrutando de un parque con tráfico infernal y dónde todas las personas se dirigen. ¿Adónde? -lejos del tráfico inicialmente.
Con mi primo y Galán bebimos encantados por el placer de vernos de nuevo. Prometió volver. Y volvió. Se quedó dos días. No fuimos al Guggenheim, porque sé, que en el Mercado hay más personas, que es lo que parece valorar mi primo. Y los fogones. Así que, compramos lo mío y lo suyo para llevar de vuelta a su familia, a sus amigos.
Enrique, tan físico, y aquí uno tan metafísico.
Leed cuanto podaís de Slawomir Mrozek, La mosca. Acantilado 92. Extraigo de su relato El Simple, este fragmento:

-¿Cuál es la diferencia entre física y metafísica?
-Física hay cuando una piedra cae de arriba abajo, y metafísica, cuando una piedra cae de abajo arriba.


Paso, salvo excepciones, rápido ante la obra paisajística. Soy más de las personas, primo. Metafísico. Empeñado en que la cosa caiga de abajo arriba.

ese pájaro pardo
que picotea el suelo
no es pájaro ni es pardo
al iniciar el vuelo.

Angel Crespo (fragmento) Alondras

Imagen: Mixta/lienzo 29x22 cm. 2009

15 oct 2009

De nuevo Alberto Datas



quién eres, pequeño yo

(de cinco o seis años de edad)
que observas desde una alta

ventana: el dorado


ocaso de noviembre

(y que piensas: que si el día
ha de convertirse en noche

este es un hermoso modo de hacerlo)

E. E. Cummings
Búffalo Bill ha muerto. Hiperión 274

El laberinto (ignorado) abstracto II

"Yo nunca tuve tropilla
siempre montao en ajeno ..."

Jorge Cafrune
Milonga del peón del campo

Lo desconocido. Unas leguas hacia el sur o el suroeste. Unos diez kilómetros. Mi primo sabía y ... los mapas. Andábamos por el llano, camino del puente de hierro; con las vías del tren en paralelo. Cuándo empezaban a surgir las amapolas tenues, tiernas en los ribazos. Entre el sembrado. Luego cogeríamos sacos y sacos para los conejos, pero eso será otra historia, y los primeros brotes de hinojo azul verdoso. Nos aventurábamos recién comidos como si la noche no fuera a llegar nunca. Sin haber sido advertidos con prohibición alguna. La edad es suficiente motivo para la prudencia. En cada momento. Entonces éramos pequeños y nos podía la sensación de culpa, la intranquilidad de estar fuera de lugar. Alegres, jactanciosos, andábamos embebidos en el placer de ir. Con el sol de la tarde hacia el puente de hierro que contenía las vías del ferrocarril. Más adelante, pero más, estaba el agua. Inexistente. Siempre conocí la sequía en el río Jabalón. Se bebieron pronto el agua los pozos comunicantes, subterráneos de la tierra. Más abajo, más hondo. Río abajo, río arriba. Quedaban tan sólo unos remansos dónde nos dirigíamos. Al abrigo de una construcción de vaya a saber cuándo, resbaladiza de cemento. Una placa dónde se estaba bien entre baño y baño. Una evidente y extraña construcción, rara, en la naturaleza seca. Vestuario de una balsa de agua. Sola en muchos metros. La morada de algunos peces recién iniciados, diminutos y un centenar de juncos a los lados, la envoltura ideal de las roscas para los churreros. De los tallos recién hechos de mañana.
Allí nos sentábamos en la meseta gris. A la orilla del gran charco enlodado. Con un silencio cómplice. Joven. Más adelante duele más el silencio, cuando viene habitado de recuerdos antiguos y palabras no pronunciadas. Parecía mi primo un pez. Mi primo Vicentín. El más grande de la charca enlodada al fondo. ¡Tan brioso, tan moreno! Mi tía Tomasa decía: ¡Qué hermosura, Luisa, tus hijos, tan blanquitos! Eso si era verdad. Teníamos buena levadura, tal como dijera de sí Manolo Hugué a José Plá. En Vida de Manolo. Y pienso, ahora, más nos valía tenerla con un futuro tan incierto y la sequía.

Hasta el aire de entonces parecía
que estuviera suspenso, como si preguntara,
y en las viejas tabernas de barrio
los vencidos hablaban en voz baja ...
Nosotros, los más jóvenes, cómo siempre esperábamos
algo definitivo y general.

Jaime Gil de Biezma
Elegía y recuerdo de la canción francesa
(fragmento
, hacia 1964)

Nos volvíamos de allí como nos fuímos, infantiles, imberbes. Hay experiencias que no dejan poso. Ilesos, sabiendo que volveríamos en secreto. El campo de la Mancha siempre fué muy discreto. Inhabitado.
Mi primo Vicente sabía dónde estaba la poza que hospedaba el agua, cómo bálsamo. Aquella construcción en el cauce como pequeña muestra de por dónde debía ir cuando viniera. El agua. Yo no. Yo, sin saberlo, siempre estaba abstraído lejos de allí. Han transcurrido muchos años y hoy en las noticias han vuelto a hablar del secarral en que se han convertido las Tablas de Daimiel. Una agresiva turbera que arde por debajo. En el Guadiana. Apenas a unas leguas del lugar del que os hablo. Es una pena. Hay cosas que, cómo los recuerdos pesados, no parecen tener remedio.

"Tal vez alguien haya rodao
tanto como rodé yo
pero les juro, créamelo
que vi tanta pobreza
que yo pensé con tristeza
Dios, por aquí, y no pasó"

Jorge Cafrune
Coplas del payador perseguido
( fragmento)

Merecidos cariños a mis primos, Carmela, Paqui y Vicente Camacho que ahora está en Pinto. Yo aquí acabando la tarde del 15 de Octubre.

Imagen: mixta/lino, 29x22 cm, 2009

7 oct 2009

El laberinto (gabinete) abstracto I

Sentado en el poyete del pajar. En el laberinto. Podía ver el brocal del pozo cerrado. Lo abría el abuelo al atardecer para sacar el agua de la mula. Agua para limpiar el carro y los aperos de labranza. Había una cuadra debajo de mi asiento para la mula con un comedero dónde mezclar la paja con un poco de cereal. Y una piedra gorda de sal. Yo le daba lametones para saber cómo sabía. Siempre igual. Sal. Para subir arriba, había que hacerlo por una escalera que, en precario, conocía el peso de mi abuelo y a regañadientes el mío. Son los secretos de las escaleras. Mi abuelo era menudillo y tenía en los ojos la gracia que le quedó del último carnaval. Era Carmelo muy guasón, muy carnavalero. Un compendio de sucesos y ocurridos dónde no se podía atisbar ni un ápice de gravedad. Bastante grave fue cuándo le quitaron sus tierras, con tanta familia, cuando "aquello". Luego se las fueron devolviendo pagando la totalidad de su precio o tan sólo las tasas. Eso fue cuándo los militares repararon en que estaba el campo yermo y las alimañas empezaban a tener comportamientos humanos y viceversa. En fin, un descalabro. Peor hubiera sido aparecer en una cuneta como sombra. Tan sólo como sombra de uno. Más seco que la mojama.
Me sentaba, digo, en el quicio del pajar que tenía sólo media puerta que no se cerraba en todo el año. Lo recuerdo bien, la puerta que no se cerraba y una madera arriba como ocasional minutero dónde colgaba el carrucho de hierro y la maroma. Por eso me ocurrió luego lo de la bicicleta. Ya llegado a Bilbao, con una cuarta parte de mis años. Por lo de la puerta, digo. El carrucho de subir la paja estaba allí, noche y día, a la intemperie. Casi como nosotros que corríamos desnudos calle arriba y calle abajo. La de la Trinidad. Al abuelo no le gustaba que revolviera la paja en busca de huevos, calientes, de gallina. Si enredas. No ponen, decía. Recuerdo que obedecía, disconforme, porque aquello era para mí cómo descubrir el mundo. Entrar vacío y salir lleno, con tantos huevos como cabían en unas manos pequeñas. Obedecía y miraba la paja tanta, para adentro. Sé que me decía, entonces, que aquella acumulación era lo más difícil de dibujar del mundo; luego he ido restando importancia a esos imposibles y ahora sé que todo dibujo comienza en un trazo. Me sentí bien cuándo vi las acumulaciones de Anthony Burgess, con su carga sarcástica-humorística de intensidad: Habitación de cajas de cerillas de propaganda, Habitación de televisores en blanco y negro, ...
Mi abuelo. Un día vino una de las vecinas que saludaban al pasar a Carmelete el herrero, la puerta de la fragua siempre abierta. Es por eso por lo que me pasó, luego, lo de la bicicleta.
- ¿Vas a ir al campo?. que quiero que me estañes el puchero. El de las lentejas. Que le tengo aprecio Carmelo, me hace mucho bien en la cocina. Total pa Enrique y pa mí!
- Para eso no tengo que dejar de ir al campo. Tráemelo. Y al día siguiente - ¿Está el puchero?
- Ahí lo tienes, hermosa, como nuevo. - ¿Cuánto te debo?. - Dos pesetas. - ¡No seas malo, Carmelo, con un duro está bien! - Pues dame lo que quieras, sorda.
Yo mientras tanto, "El que tiene un vicio o se mea en la puerta o se mea en el quicio", arriba al calor del pajar buscando huevos.
Imagen: óleo/lino, 29x22 cm 2009

4 oct 2009

Tres Notas para un sólo paisaje



Mixta/cartón, 3-18x13 cm, 2008

Un día sacaré aquí en la ventana del blog las rebuscadísimas pinturas que me ha traído Alfonso Gortazar de Vietnam. Han puesto cuidado de artista, nuestros amigos, Merche Olabe y Alfonso para que tuvieran cierta contemporaneidad. Es natural que ellos prefieran comprar a artistas, lo sencillo hubiera sido haber entrado en una macrotienda para turistas donde es sabido hay "pongos" para todos los gustos. Es curioso como China, Hong Kong, Taiwan están tan cerca de todo el mundo. Es casi milagroso. Intenta tú mandar una caja de zapatos hasta Manzanares y verás lo que te pasa: el transporte te costará mucho más que el contenido. Pero volvamos al asunto, los pintores deberíamos coleccionar pintura, comprar pintura. Tener habitaciones llenas a rebosar de pintura, cuartos preparados para albergar pintura, kilos y kilos de pintura. Acrílicos, esmaltes, acuarelas, de suelo a techo. Todo pintura en sus variadas presentaciones, en botes de chapa, o de plástico, en botecitos, en tubitos de pintura, pintura, pintura. Será esta la inmediata sustituta de la bisutería y los abalorios en casa del pintor y luego.. ¿quién de nosotros sabe, a ciencia cierta, que pasará luego?.
Dice Ferreira: "El egoísta y el altruista no sólo se diferencian por lo que son, sino por el tiempo que tardan hasta llegar a si mismos. El altruista da una vuelta por los demás. El egoísta es más rápido". Un filón. Vergilio Ferreira. Pensar. Acantilado 138.
Saco estas breves notas aquí por su parecido en el tamaño con las que me han traído mis amigos en un bolsillito de la maleta cargadísima de kilómetros terrestres, aéreos.
Mis amigos Pedro José y Tere tienen también muy buenas notas en su casa, recuerdo especialmente dos firmadas por el pincel finísimo de Sarmiento, una: un baño de pies con señora en patio de casa castellana y también una siega. Coincidí con este pintor de la tradición colorista unos minutos en el estudio de los Roscubas de Hurtado de Amézaga, recién adquirido. Allí en una habitación tenía infinidad de tablas-notas. Nunca supe que le pareció a él mi ejercicio de tirar pintura por el suelo. Supongo que una barbaridad. Coincidí allí también con Josemari Campoy, marino y pintor, afincado ahora en Donosti, pero Josemari ha sido para mí sobre todo un amigo, un testigo en todas las tesoneras etapas de este maravilloso oficio. Como artista es merecedor de un capítulo aparte. Un abrazo.
Vienen a colación las notas porque recién leído "El pintor Joaquín Mir" de José Plá. Destino. Tomo conciencia de la importancia de esas obras menores, intercaladas, en la obra gigante de los artistas. Dice Plá: "Las dos cosas que llegaron a tener una valorización más alta en Vilanova durante la guerra, fueron las notas de Mir y el pescado fresco. Eso explica el porqué en las casas de los pescadores hay-o había- tantas notas de Mir adquiridas por trueque en aquella época".
Lamento no haber visto ninguna de esas pequeñas pinturas. La exposición en Bilbao de Mir ha sido una maravilla, más aún ahora que he leído la semblanza que del artista hace José. Impresionismo sin florituras. Claro que quizá faltaban esas notas. En otra cosa coincido con José Plá ahora: es el inicio de su Cuaderno gris. ¿Recordáis?. "Como hay tanta gripe ..." Aquel principio del abultado diario realizado el 8 de Marzo de 1918 cuándo el autor cumplía 21 años, es el mismo que debería haber usado yo para iniciar este ¿post? de estar haciendo uso de la verdad: como hay tanta gripe ... Convaleciente he podido enamorarme de nuevo de la prosa magnífica, dulce, del gerundés. Domingo, cuatro de Octubre de 2009. Es natural. Después de nosotros quedarán las notas más o menos valiosas ... y quedará ... la gripe.