siempre montao en ajeno ..."
Jorge Cafrune
Milonga del peón del campo
Lo desconocido. Unas leguas hacia el sur o el suroeste. Unos diez kilómetros. Mi primo sabía y ... los mapas. Andábamos por el llano, camino del puente de hierro; con las vías del tren en paralelo. Cuándo empezaban a surgir las amapolas tenues, tiernas en los ribazos. Entre el sembrado. Luego cogeríamos sacos y sacos para los conejos, pero eso será otra historia, y los primeros brotes de hinojo azul verdoso. Nos aventurábamos recién comidos como si la noche no fuera a llegar nunca. Sin haber sido advertidos con prohibición alguna. La edad es suficiente motivo para la prudencia. En cada momento. Entonces éramos pequeños y nos podía la sensación de culpa, la intranquilidad de estar fuera de lugar. Alegres, jactanciosos, andábamos embebidos en el placer de ir. Con el sol de la tarde hacia el puente de hierro que contenía las vías del ferrocarril. Más adelante, pero más, estaba el agua. Inexistente. Siempre conocí la sequía en el río Jabalón. Se bebieron pronto el agua los pozos comunicantes, subterráneos de la tierra. Más abajo, más hondo. Río abajo, río arriba. Quedaban tan sólo unos remansos dónde nos dirigíamos. Al abrigo de una construcción de vaya a saber cuándo, resbaladiza de cemento. Una placa dónde se estaba bien entre baño y baño. Una evidente y extraña construcción, rara, en la naturaleza seca. Vestuario de una balsa de agua. Sola en muchos metros. La morada de algunos peces recién iniciados, diminutos y un centenar de juncos a los lados, la envoltura ideal de las roscas para los churreros. De los tallos recién hechos de mañana.
Allí nos sentábamos en la meseta gris. A la orilla del gran charco enlodado. Con un silencio cómplice. Joven. Más adelante duele más el silencio, cuando viene habitado de recuerdos antiguos y palabras no pronunciadas. Parecía mi primo un pez. Mi primo Vicentín. El más grande de la charca enlodada al fondo. ¡Tan brioso, tan moreno! Mi tía Tomasa decía: ¡Qué hermosura, Luisa, tus hijos, tan blanquitos! Eso si era verdad. Teníamos buena levadura, tal como dijera de sí Manolo Hugué a José Plá. En Vida de Manolo. Y pienso, ahora, más nos valía tenerla con un futuro tan incierto y la sequía.
Hasta el aire de entonces parecía
que estuviera suspenso, como si preguntara,
y en las viejas tabernas de barrio
los vencidos hablaban en voz baja ...
Nosotros, los más jóvenes, cómo siempre esperábamos
algo definitivo y general.
Milonga del peón del campo
Lo desconocido. Unas leguas hacia el sur o el suroeste. Unos diez kilómetros. Mi primo sabía y ... los mapas. Andábamos por el llano, camino del puente de hierro; con las vías del tren en paralelo. Cuándo empezaban a surgir las amapolas tenues, tiernas en los ribazos. Entre el sembrado. Luego cogeríamos sacos y sacos para los conejos, pero eso será otra historia, y los primeros brotes de hinojo azul verdoso. Nos aventurábamos recién comidos como si la noche no fuera a llegar nunca. Sin haber sido advertidos con prohibición alguna. La edad es suficiente motivo para la prudencia. En cada momento. Entonces éramos pequeños y nos podía la sensación de culpa, la intranquilidad de estar fuera de lugar. Alegres, jactanciosos, andábamos embebidos en el placer de ir. Con el sol de la tarde hacia el puente de hierro que contenía las vías del ferrocarril. Más adelante, pero más, estaba el agua. Inexistente. Siempre conocí la sequía en el río Jabalón. Se bebieron pronto el agua los pozos comunicantes, subterráneos de la tierra. Más abajo, más hondo. Río abajo, río arriba. Quedaban tan sólo unos remansos dónde nos dirigíamos. Al abrigo de una construcción de vaya a saber cuándo, resbaladiza de cemento. Una placa dónde se estaba bien entre baño y baño. Una evidente y extraña construcción, rara, en la naturaleza seca. Vestuario de una balsa de agua. Sola en muchos metros. La morada de algunos peces recién iniciados, diminutos y un centenar de juncos a los lados, la envoltura ideal de las roscas para los churreros. De los tallos recién hechos de mañana.
Allí nos sentábamos en la meseta gris. A la orilla del gran charco enlodado. Con un silencio cómplice. Joven. Más adelante duele más el silencio, cuando viene habitado de recuerdos antiguos y palabras no pronunciadas. Parecía mi primo un pez. Mi primo Vicentín. El más grande de la charca enlodada al fondo. ¡Tan brioso, tan moreno! Mi tía Tomasa decía: ¡Qué hermosura, Luisa, tus hijos, tan blanquitos! Eso si era verdad. Teníamos buena levadura, tal como dijera de sí Manolo Hugué a José Plá. En Vida de Manolo. Y pienso, ahora, más nos valía tenerla con un futuro tan incierto y la sequía.
Hasta el aire de entonces parecía
que estuviera suspenso, como si preguntara,
y en las viejas tabernas de barrio
los vencidos hablaban en voz baja ...
Nosotros, los más jóvenes, cómo siempre esperábamos
algo definitivo y general.
Jaime Gil de Biezma
Elegía y recuerdo de la canción francesa
(fragmento, hacia 1964)
Nos volvíamos de allí como nos fuímos, infantiles, imberbes. Hay experiencias que no dejan poso. Ilesos, sabiendo que volveríamos en secreto. El campo de la Mancha siempre fué muy discreto. Inhabitado.
Mi primo Vicente sabía dónde estaba la poza que hospedaba el agua, cómo bálsamo. Aquella construcción en el cauce como pequeña muestra de por dónde debía ir cuando viniera. El agua. Yo no. Yo, sin saberlo, siempre estaba abstraído lejos de allí. Han transcurrido muchos años y hoy en las noticias han vuelto a hablar del secarral en que se han convertido las Tablas de Daimiel. Una agresiva turbera que arde por debajo. En el Guadiana. Apenas a unas leguas del lugar del que os hablo. Es una pena. Hay cosas que, cómo los recuerdos pesados, no parecen tener remedio.
"Tal vez alguien haya rodao
tanto como rodé yo
pero les juro, créamelo
que vi tanta pobreza
que yo pensé con tristeza
Dios, por aquí, y no pasó"
Jorge Cafrune
Coplas del payador perseguido
( fragmento)
Merecidos cariños a mis primos, Carmela, Paqui y Vicente Camacho que ahora está en Pinto. Yo aquí acabando la tarde del 15 de Octubre.
Imagen: mixta/lino, 29x22 cm, 2009
Elegía y recuerdo de la canción francesa
(fragmento, hacia 1964)
Nos volvíamos de allí como nos fuímos, infantiles, imberbes. Hay experiencias que no dejan poso. Ilesos, sabiendo que volveríamos en secreto. El campo de la Mancha siempre fué muy discreto. Inhabitado.
Mi primo Vicente sabía dónde estaba la poza que hospedaba el agua, cómo bálsamo. Aquella construcción en el cauce como pequeña muestra de por dónde debía ir cuando viniera. El agua. Yo no. Yo, sin saberlo, siempre estaba abstraído lejos de allí. Han transcurrido muchos años y hoy en las noticias han vuelto a hablar del secarral en que se han convertido las Tablas de Daimiel. Una agresiva turbera que arde por debajo. En el Guadiana. Apenas a unas leguas del lugar del que os hablo. Es una pena. Hay cosas que, cómo los recuerdos pesados, no parecen tener remedio.
"Tal vez alguien haya rodao
tanto como rodé yo
pero les juro, créamelo
que vi tanta pobreza
que yo pensé con tristeza
Dios, por aquí, y no pasó"
Jorge Cafrune
Coplas del payador perseguido
( fragmento)
Merecidos cariños a mis primos, Carmela, Paqui y Vicente Camacho que ahora está en Pinto. Yo aquí acabando la tarde del 15 de Octubre.
Imagen: mixta/lino, 29x22 cm, 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario